Juan José Arreola, poeta

by luisvicentedeaguinaga

Un hombre dende ayer y dendenantes,

andando y desandando uno por uno

los pasos de la lengua de Cervantes…

Imaginaria, estrictamente conjetural, una “poesía completa” de Juan José Arreola estaría formada, en mi opinión, por seis colecciones de poemas. Ya en 1971, año en que aparecieron las “Obras de J. J. Arreola” editadas por Joaquín Mortiz ─aquellos libros de cubierta roja─, se anunció en la solapa de cada ejemplar un tentador plan de la serie, y en él un título que no llegó a publicarse: Poemas y dibujos. Lo mismo sucedió con Memoria y olvido, Arte de letras menoresy Hombre, mujer y mundo.

Con el tiempo, la colección de “Obras de J. J. Arreola” dio acomodo a cinco tomos: Varia invención,Confabulario, Bestiario, La feriay Palindroma, que terminaron formando algo así como el “canon arreolino”. Tres de los volúmenes prometidos, contando aparte los mencionados Poemas y dibujos, quedaron a lo sumo en lúdicas promesas. El título de Hombre, mujer y mundo acaso pueda reconocerse, transformado, en el de un libro de 1975: Y ahora, la mujer, volumen de improvisaciones orales que (al igual que La palabra educación, de 1977) recabara Jorge Arturo Ojeda; el de Arte de letras menores corresponde tal vez a la compilación de prólogos, artículos y ensayos varios que Orso Arreola ordenó en 2002 como Prosa dispersa; por último, el de Memoria y olvido sirvió, años más tarde, para encabezar una “vida de Juan José Arreola” que ha suscitado algunas controversias, escrita por Fernando del Paso.

Con mejores intenciones que habilidades editoriales, la Secretaría de Cultura de Jalisco agrupó en 1996 una treintena de composiciones en verso de Arreola bajo el título de Antiguas primicias.[1] Esta edición cubre, si bien de modo impropio y desaliñado, un hueco abierto por aquel anuncio de los Poemas y dibujos. Pero hace falta subrayar que las Antiguas primicias cojean de tantas patas que aquello se diría un ciempiés enteramente discapacitado, tipográfica y filológicamente. Desde su proemio, Artemio González García declara: “La poesía del maestro Arreola vino surgiendo a pausas, en un tintineo que acompasó su mediodía literario”. A lo que agrega: “Nosotros creemos que es la hora justa de integrar sus armonías poéticas a las resonancias de su obra”. Desalmado favor, que pone a los lectores en presencia de un Arreola sin puntuación, acribillado por las erratas y en más de una ocasión abrumado por los anacolutos, las torpezas involuntarias (o torpes al cuadrado, en caso de haber sido voluntarias) y las fealdades propias de un editor negligente.

Antiguas primicias contiene poco más de veinte sonetos, algunas décimas y tres poemas compuestos en formas un tanto más libres. Hay sonetos fechados en 1940, 1941, 1943, 1948, 1949, 1951, 1965, 1967, 1972, 1977 y 1986, lo cual habla de cierta fidelidad que, por añadidura, se intensificó entre 1948 y 1951, lapso en que Arreola fue un sonetista de circunstancias bastante asiduo. Es en el soneto, igualmente, donde Arreola consigue sus versos más bellos, más nítidos y, por así decirlo, más categóricos. Citaré, por ejemplo, éstos, de alta serenidad:

Esta lluvia de luz está en mis ojos

y este cielo de paz bajo mi frente,

y también éstos, en los que se condensa una suerte de angustia metafísica que conocen muy bien los lectores del Arreola cuentista:

en la noche final del desamparo

perdido voy huyendo de mí mismo,

y, por último, éstos, que dan cierre a un poema dedicado a Octavio Paz:

¿De platónica mente soy la idea?

¿Una gota del mar en que me hundo?

(Yo soy la eternidad que se recrea

al hacer en mi ser otro segundo.)

De vuelta sobre lo dicho más arriba, la distracción de González García delata un error de juicio elemental. Ni la poesía del maestro “vino surgiendo a pausas” (no con pausas mayores, por lo menos, que las de su trabajo narrativo) ni es preciso “integrar sus armonías poéticas” al resto de la obra. Basta con asumir, comprender y decirse de una vez por todas que la poesía de Arreola fue compuesta en prosa, prioritariamente, para observar que durante un par de décadas, entre 1951 y 1971, el autor de Bestiario y Cantos de mal dolor escribió por ahí de setenta poemas, en cálculos moderados. Mientras el término “poesía” refiera nada más a la escrita en verso, y en tanto Arreola sea entendido como un puro cuentista, novelista de un solo intento, dramaturgo esporádico y gran conversador, el núcleo duro de sus libros, esto es: la poesía en prosa (que saludaron ya, con admiración, Octavio Paz, Homero Aridjis, Alí Chumacero y José Emilio Pacheco en Poesía en movimiento, juicio que después refrendaron Marco Antonio Campos y Luis Ignacio Helguera en sendos trabajos) dormirá el muy injusto sueño de los justos.

En los términos que ya expuse, Bestiario (1959) viene siendo acaso la mejor serie de poemas y, por ello mismo, el pasaje más elevado y más profundo de una obra ya muy sobresaliente de por sí. Levemente modificado con posterioridad, el Bestiario de la edición príncipe (canjeado el prólogo y transformada la conclusión de uno de sus textos, “La hiena”) se vio enriquecido en el Bestiario de Joaquín Mortiz por Cantos de mal dolor, Prosodia y el magnífico ejercicio de traducción que lleva el título de Aproximaciones. Todo ello supuso cambios muy importantes: “La canción de Peronelle”, momento delicadísimo y precioso del Confabulario de 1952, se añadió finalmente a Prosodia, por no mencionar otros ejemplos. De igual forma, con ello quedó ilustrada la concepción que Arreola se había formado acerca de su propia literatura: lo que funcionaba como relato en Confabulario valía también como poema en Prosodia. Y este carácter de poema en prosa, en última instancia, debe imperar en toda lectura o estudio crítico de “La canción de Peronelle”, sí, pero también de narraciones como “Apuntes de un rencoroso” y “Autrui”.

El recurso a la escritura en prosa, como el empleo del verso libre, marcó la transformación y el ingreso del poema lírico en el espacio de la modernidad. Se trata, pues, de instrumentos que desviaron el rumbo secular de un oficio (el arte de hacer poemas) y que anticiparon, acompañaron e incluso implicaron la renovación de una costumbre, la entrada en crisis de una tradición y el cuestionamiento riesgoso de un principio que se daba por descontado: el de la sumisión de palabra y lenguaje a un orden que se pretende superior, el de las cosas que aquéllos nombran y ─supuestamente, al menos─ reproducen. En el caso de Arreola, el duro instrumento de la prosa enhebra y combina impulsos narrativos, de observación y de reflexión en el plano más amplio de una voluntad lírica.

Sobra decir que las presentes notas apenas encaran su objeto verdadero. Cápsulas de ámbar, estampas morales, concentrados ejemplos de gracia y apasionada exactitud, los poemas de Juan José Arreola caben por principio en seis colecciones, como ya he señalado: Antiguas primicias, Bestiario, Cantos de mal dolor, Aproximaciones, Prosodia y las Variaciones sintácticas de Palindroma. Que sirva esta enumeración como esbozo preparatorio de una “poesía completa”, y que pueda el esbozo ir más lejos que la mera imaginación.

[1] Juan José Arreola, Antiguas primicias, Secretaría de Cultura de Jalisco, col. Hojas Literarias, 1996, 56 pp.

 

Arreola

Escribí este artículo en 2002 para el diario Mural. Años después, corregido y ampliado, lo incluí en mi libro El pez no teme ahogarse (2014).